sábado, 16 de octubre de 2010

Capítulo 5


Aquel forzado aislamiento era bello pero Malena no soportaba el encierro y pensó;
-Si he sido elegida por algo, tengo que descubrir el por qué.
Se acercó a la salida de la gruta y comprobó que los setos la cerraban por abajo y los robles por arriba. Intentó abrirse paso entre ellos apartando con sus manos la espesa capa del verde manto. Una vez y otra vez la capa se recomponía cerrando su escapatoria. Arañó sus manos y de pura rabia comenzó a llorar desconsoladamente. Sus lágrimas humedecieron las hojas y las ramas que al reconocer la esencia de esa agua salada se rindieron a sus pies abriendo el codiciado escape. No lo dudó un momento, secó sus sollozos con los brazos y salió al exterior apoyándose en el tronco de sus guardianes con ramas.
Llovía afuera y las finas gotas se mezclaron en su melena rizada, como si de un bautismo se tratara. Quizá no era el mejor momento, mejor esperaría a que la lluvia cesara.

Molina en su despacho contemplaba el cuarzo sobre la mesa cuando comenzó a iluminarse e irradiar destellos con un aura violácea.
-¡Oh, Dios mio! Otra vez no, exclamó resignado.
La roca adquirió vida y gravitó hasta la ventana abierta, hundiéndose en la tierra mojada. Había intentado cogerla pero quemaba, la temperatura le subió sin motivos aparentes. Ahora pudo entender que la otra vez no pudo hacer nada. Saltó por la ventana, eran dos metros de nada. Se tiró al suelo, escarbó con sus uñas el césped de la entrada y nada de nada. Se había evaporado, desintegrado, fusionado con la madre tierra.

Fermín y Tinín seguían esperando la llamada tan importante mientras disfrutaban de un día espectacular. En la plaza continuaba la fiesta con sus espectáculos de danzas tradicionales. Eran una mezcla de baile folclórico y moderno. Los mozos del pueblo vestían sus trajes de gala que consistían en calzones morados, camisa blanca y una faja de lana en amarillo mostaza. En la cabeza lucían un sombrero de felpa, estilo campesino, de color blanco y manoletinas de piel negras en sus pies.
La plaza se alborotaba y llenaba de alegría al verlos actuar. Era un acontecimiento que unía al pueblo haciendo que olvidaran sus problemas. Esta función artística comenzaba en la plaza y recorría algunas calles para acabar en la ermita situada en la parte alta de Vallelis.
Fermín y Tinín asombrados disfrutaban del buen hacer de los danzantes, les llenaba de orgullo y disfrutaban como niños. Sin embargo no les siguieron ya que esperaban la llamada del museo y no querían despistarse ni un momento.
Sin más, sonó el teléfono de Fermín, pero no eran buenas noticias. Molina le contó lo sucedido con la piedra.

Por la esquina del mesón apareció Virginia vistiendo traje entallado color pistacho con falda hasta la rodilla. Llevaba siempre tacón fino y medias de seda. Su melena negra recogida parcialmente con un pasador de madera dejaba ver su rostro moreno y su mirada serena. Era mediterránea por los cuatro costados, su familia era de allí desde tiempos de lejanos antepasados en los que razas árabes se mezclaron con hispanas. Tenía el paso firme y las ideas claras, sabía lo que quería y ante ella apareció sentado en la terraza.
Fermín se levantó de la silla al verla y la invitó a compartir mesa.
-Estamos tomando unos finos, tú ¿qué deseas? preguntó Fermín.
-Lo mismo estará bien. ¿Qué tal Valentín? ¿Mucho trabajo con la feria?
-Todo controlado, llevo varias semanas preparándolo. Ahora lo importante es Malena.
-¿Sabéis algo ya de la piedra?
-Si sabemos… sabemos que se ha evaporado como el agua.
-¡Cómo dices!… pero… no la tenía Molina custodiada.
-Me acaba de telefonear… la piedra desapareció otra vez bajo la tierra.
Virginia quedó pensativa, dudaba de que hubiese desaparecido.
-Este Molina la habrá escondido, pensó, con lo protegida que la tenía.
-Y ahora ¿qué?
-Tomamos fotos y el museo nos va a mandar información sobre ella, tengo conocidos allí, le replicó Valentín.
-¿Cómo es posible? Ni que tuviera poderes un trozo de roca…
-Poderes o no, va y viene cuando quiere.
Fermín estaba entre lo real y lo abstracto. Su visión de la cafetería le había abierto una puerta a lo desconocido.

Dejó de llover en el bosque y Malena se armó de valor y salió de su escondite. No sabía por donde empezar, así que siguió el sendero que le marcaban las hermosas flores esperanzada en conseguir respuestas. Mientras andaba se escuchaban murmullos tras la espesa vegetación. Estaba un poco asustada porque no sabía que podía encontrarse y no paraba de oír ¡es ella, es ella!
De repente en el camino vio una ardilla que le miraba con curiosidad. Malena decidió preguntarle si sabía darle una pista hacia donde ir.
-Hola bonita, me podrías ayudar, no se donde estoy.
-Hola Malena, ¿qué haces fuera de tu refugio? No es bueno que andes sola, deberías volver.
-Pero… ¿cómo sabes mi nombre? No entiendo nada, voy a volverme loca.
-No puedo contestarte, pero confía en mi.
-¿Estoy alucinando? Se preguntó.
¡Había estado hablando con una ardilla!
Todo esto debía ser un sueño. Esperaría a que pronto acabara.
Siguió el camino sin hacerle caso hasta encontrarse con una bifurcación. Dos senderos distintos aparecieron frente a ella. Uno de ellos bordeado por grandes abedules que desprendían su fragancia junto a los grandes fresnos con sus hermosas hojas. El otro con piedras en el suelo de diferentes tonos; rosáceas, azuladas, blanqueadas… todas ellas finamente pulidas y perfectamente encajadas.
Se decidió por este último, algo le atraía a pisarlas. Eran de tacto suave y líneas redondeadas. Caminó deslizándose sobre ellas como si de una pista de baile se tratara. Era un maravilloso tapiz natural, pensó, cogeré una de ellas. Se inclinó hacia el suelo, alargó sus brazos y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando su piel entró en contacto con el mosaico. No quiso volver a tocar pero lo intentó de nuevo. Tocó una azulada y su cuerpo comenzó percibir sueños pasados en el bosque. Se asustó tanto que la soltó inmediatamente. Pero algo le decía que tenía que probar otro color, parecía que aquellas piedras contenían las respuestas. Así que decidió tocar la blanqueada. El tiempo se paró, todo comenzó a girar a su alrededor y a mezclarse los colores… ¡uf! Aquello era alucinante.

Molina cogió su detector de energías y con una pala levantó toda la tierra de su jardín durante toda la noche. Rastreó palmo a palmo, metro a metro, su lógica le decía que las cosas no desaparecen como si nada. Todas son parte de un espacio que las contiene y que através de otro espacio se transportan. Esa piedra no tenía que estar lejos, iba a encontrarla. Habría dejado un rastro de tierra quemada. Nada desaparecía sin dejar pistas y él iba a encontrarlas.

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