sábado, 27 de noviembre de 2010

Capítulo 11


Entre las nubes o más bien, formando parte de ellas, apareció una silueta femenina. Era una joven de larga melena gris y ojos del mismo tono que elevaba los brazos al cielo invocando con sonidos apenas comprensibles. Los remolinos de lluvia la rodeaban como si fueran parte esencial de su presencia. Dirigía su mirada a todos los rincones y justo después el sitio ojeado recibía una ráfaga de viento y agua. Su sayo plateado la envolvía hasta los pies pareciendo una estatua de platino cuando quedaba inmóvil. Los seres del bosque esquivaban su mirada para no convertirse en frías estatuas de hielo.
Una enredadera de hiedra cubrió el hueco del gran abedul aislándolo de la gélida mirada de la diosa de la tempestad. Seguía elevando los brazos e invocando sus conjuros mientras visionaba toda la verde superficie del bosque, incluso la de la maleza. Tenía una visión perfecta sobre todas las plantas y seres que estaban en la superficie más no podía penetrar bajo la tierra o colarse dentro de los árboles.
Malena permanecía en silencio acompañada por Pandora y un grupo de ninfas que la alumbraban. Sentía algo que no le era desconocido, tenía la sensación de que esta situación ya la había vivido. ¿Es un déjá vu? pensó, parecía como si recuerdos de otra vida volvieran a su mente en estos momentos cruciales. Empezaba a creer que esa reina a la que le adjudicaban su identidad era ella de verdad. No sentía temor, sentía que ya había luchado contra esta diosa en otro tiempo. Se sorprendía de sus propios pensamientos pero a la vez se sentía capaz de coger una espada y luchar como una guerrera.

Amaneció en Vallelis con el cielo gris y enfadado, el sol asomaba tímidamente tras las nubes densas y negras. La niebla cubría los tejados de las casas ocultando todo a su paso. Los más madrugadores se apresuraban a acondicionar sus huertos casas para la tormenta que anunciaba el cielo.
Teresa ya había desplegado su tejadillo de uralita para resguardecer sus cuidadas macetas a las que tanto tiempo dedicaba. En casa de Molina no había jardín pero el sonido de los truenos lo despertó. Estaba cubierto por una manta que sin duda su amigo le colocó al quedar dormido en el sillón. Miró por la ventana y comprobó que los truenos eran reales y el ambiente se había oscurecido. Vió como su amigo dormía placidamente en la habitación y no quiso despertarle porque no sabía a que hora regresó. Le gustaban los días de lluvia pero aquella tormenta apuntaba mal. Aún así iba a salir a al calle, eso si, bien equipado con sus botas y un buen chubasquero.
Algunas guirnaldas del decorado verbenero habían caído al suelo víctimas del azote del viento. Los puestos habían quedado cerrados ya por la noche y las terrazas también. Estaban acostumbrados a las tormentas en esta estación del año.
Parecía una tormenta eléctrica, pensó Molina, mientras contemplaba los rayos que iluminaban el cielo en diferentes compases. Se asemejaba al solo de tambores en una gran orquesta. Paseaba por la calle principal en la que algunos vecinos recogían los tiestos de los balcones y de las puertas de entrada a sus casas. Era una mañana desapacible, ideal para quedarse en casa disfrutando de un suculento desayuno pero el detective prefería pasear y mojarse bajo la lluvia, si es que llegaba a llover. Nunca había visto caer los rayos de esta manera, parecían provenir del bosque hacia las calles y no del cielo hacia el suelo. Como no arrancaba a llover decidió alargar su caminata en dirección al bosque para poder ver mejor el espectáculo meteorológico.
Al llegar al apeadero de vehículos sintió que el tiempo cambiaba a vientos furiosos y huracanados. Esto le hizo recelar de continuar con su expedición pero algo le llamó la atención. Había una oquedad en las rocas de la cima del monte por donde estaban saliendo las descargas eléctricas de los rayos de la tormenta.
-Será algún núcleo energético, pensó.
El no lo sabía pero estaba viendo en ese momento la puerta de entrada al otro bosque, al de las ninfas y hadas, al de las sacerdotisas y magos, al del actual bosque en el que Malena habitaba.
Se apresuró en volver, ya que no había ningún refugio donde resguardecerse si la tormenta comenzaba, ya volvería cuando todo esto se calmara para investigar en aquel monte.
De camino al pueblo se cruzó con los dos amigos que tras tanta insistencia de Fermín se dirigían al bosque guiados por un presentimiento.
-¡Detective! ¿De dónde viene?
-De dar un paseo pero ya me volvía, aunque he visto algo rarísimo.
-¿De qué se trata? preguntó Valentín.
-En lo alto del monte, en un hueco que hay, salían como rayos. Me interesaría investigar pero ahora es peligroso.
-Nosotros vamos hacia allí, dijo Fermín.
-¿Estáis locos? La tormenta cada vez se hace más fuerte, lo mejor es volver a casa y esperar a que pase.
-Si Fermín, hazle caso a Molina. Nos volvemos y cuando pase ya regresaremos. Suba Molina, que le llevamos.
Los tres se dirigieron al pueblo, los rayos eran cada vez más ensordecedores, los relámpagos iluminaban intensamente el cielo y el viento soplaba con más fuerza.
Durante el trayecto comenzó a llover poco a poco, Tinín conducía lentamente ya que el camino estaba en mal estado y la lluvia no ayudaba mucho. Faltaba un kilómetro para llegar cuando un perro apareció de la nada cruzando el camino. Tinín solo pudo dar un volantazo para esquivarlo. El coche zarandeó de un lado a otro hasta que consiguió frenarlo. Salieron todos rápidamente del vehículo mirándose entre ellos y ver si estaban bien, después miraron si le había pasado algo al coche, la lluvia empezaba a caer cada vez más fuerte.
-¡Tinín, corre, ven! Esta rueda se ha pinchado ¿tienes de repuesto, no? dijo Fermín.
-Si, no os preocupéis, la cambio en un momento y nos vamos.
Se puso manos a la obra pero cada vez llovía con más fuerza, los relámpagos caían por todos lados y los truenos eran ensordecedores.
Así que se metieron dentro del vehículo hasta ver si paraba de llover al menos, ya que no atinaba a soltar los tornillos de la rueda.
-¡Brrr! Me he calado hasta los huesos… esperaré un poco para ver si escampa.
-Seguramente acabará pronto, son tormentas pasajeras, le confirmó Fermín.
Los tres miraban por las ventanillas la fuerza del torrencial de agua que estaba cayendo en poco tiempo. Las tormentas por esta región acostumbraban a ser fuertes y caudalosas, no les causaba extrañeza el fenómeno.

Virginia salió hacia el trabajo cuando apenas caía un a ligera cortina de lluvia, tenía que acabar con todo lo referente a la hacienda de su familia ya que estos días lo había descuidado. Se puso su gabardina roja y sacó del garaje el utilitario con el que se desplazaba por el pueblo, tenía que acercarse hasta la cooperativa a recoger unos papeles. Al llegar allí se dirigía a las oficinas cuando una de las secretarias la llamó.
-¡Señora Milano! ¿Tiene un momento?
-Si, claro ¿qué ocurre?
-Ha llegado este correo para usted, tiene la dirección de su domicilio pero con lo de la tormenta el cartero estaba muy saturado, le comenté que se iba a pasar por aquí…
-Gracias Carmen.
Comenzó a leer los remitentes y se dio cuenta que era la respuesta a las peticiones de información que había realizado por el extraño caso de la identidad de Fermín. Una a una abrió todas las cartas y las leyó con detenimiento hambrienta de información. Ninguno de los casos de ese año tenían los condicionantes de un juicio con testigos protegidos, ninguno guardaba semejanzas con lo que le contó Fermín. Le parecía todo muy extraño… ¿cómo alguien puede cambiar de identidad y dejar todo un pasado enterrado? Quizá estuviese casado e incluso tuviese hijos…pero no, eso no le cuadraba, no era de los que dejan abandonado a nadie. Decidió darse un tiempo para hablar con él y poco a poco averiguar que ocurría en realidad.

La fuerza de la lluvia terminó despertando a Manuel que tan placidamente dormía soñando con la señora Teresa. Andó medio dormido hacia la ventana para ver lo que ocurría y al comprobarlo se despejó rápidamente. Fue en busca de su amigo y al ver que no estaba en el sillón donde lo encontró a su llegada , se asomó a su habitación pero la cama estaba intacta.
-¿Dónde estará? Con la que está cayendo, pensó.
Se preocupó y decidió telefonearlo.
-¡Pepe! ¿Dónde estás?
-Aquí, con Fermín y su amigo, veníamos del bosque y el coche ha pinchado. No hemos podido cambiar la rueda todavía, ha caído un aguacero.
-¿Voy a buscaros?
-No, no te preocupes, esperaremos a que se pase, por cierto…¿qué tal ayer?¿tu cita?
-Bien, ya te contaré, llámame si tengo que ir.
-Vale, después te veo.

La tormenta se fue apaciguando ya que la diosa de la tempestad había finalizado su ataque furioso. No había conseguido su objetivo, nadie en el bosque le prestó su colaboración para encontrar su deseado tesoro, pero invocó a todos los seres del bosque.
-“A vosotros os digo, habitantes de este bosque. Hoy no me habéis mostrado la piedra mágica, he seguido sus pasos hasta aquí. Espero que lo penséis con calma porque la próxima vez que venga os arrasaré por completo. La piedra o la vida, pensarlo bien, mi paciencia se termina.”
Los habitantes del bosque permanecieron en silencio en sus escondites, temían a la gran diosa y sabían que hablaba en serio. Malena escuchó el discurso protegida en el corazón del abedul.
-Busca mi piedra, pensó mientras la sacaba del fajín del vestido donde la llevaba guardada.
Cuanta importancia tenía, ahora era consciente del valioso trozo de roca que poseía y que según todos era parte de ella.
-Si busca la piedra… ¿también me busca a mi?
-Lo vas entendiendo, le respondió Pandora.
Una nube densa se fue elevando poco a poco y la silueta de la enfadada diosa se desvaneció con ella. Había anunciado volver pronto a recoger su trofeo o aniquilar a todo ser que allí viviera.

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